Los sueños

Dejando a un lado su acepción onírica, dice el Diccionario de la RAE que los sueños son cosas que carecen de realidad o fundamento, y, en especial, proyectos, deseos, esperanzas sin probabilidad de realizarse. A decir verdad, no estoy yo muy de acuerdo con esta definición. Lo cierto es que a mí desde pequeño me gustaba mucho soñar, soñar despierto quiero decir, y en ello me esmeraba un buen rato antes de conciliar el otro tipo de sueño. Y disfrutaba de aquellos momentos de cierta ingenuidad adolescente, visualizando mis ilusiones a corto o medio plazo o los sueños que un día perseguiría. La mayoría de las veces no eran simples deseos o proyectos irrealizables en la práctica, quiméricos en su desenlace. Por el contrario, la mayor parte de las veces eran sueños posibles, quizá tras un denodado esfuerzo, puede ser, o incluso probables, en este caso tal vez con solo ser mínimamente audaces con el otro sexo.

Yo creo que los sueños son acicates imprescindibles, verdaderos estímulos para seguir adelante, constituyen una especie de peculiar avituallamiento que nos ayuda a enfrentar el decurso de la vida. Porque ¿a quiénes no acompañan los sueños?, ¿a quiénes la esperanza no les motiva en su día a día?, ¿quiénes no diseñan en su cabeza su porvenir y se afanan en cumplirlo? Coelho, un ultradefensor de los sueños, va más allá y afirma que el sueño, convertido en leyenda personal, es la verdadera razón de vivir, el alimento del alma, y nos prescribe, una y otra vez, buscar nuestros sueños.
Pero no es lo mismo soñar, tener sueños, que ser un soñador empedernido. Un soñador es quizá un iluso sin sentido, una persona que vive alejada del mundo real, un individuo que se aposenta en sus sueños y no despierta jamás. Pero tener sueños y seguirlos, es perseguir nuestro destino, luchar por materializar nuestra auténtica vocación, aun con derrotas, aun con tropiezos. Porque unos sueños se marran, pero volverán otros, porque siempre habrá otros, que reorientarán nuestra existencia. Por eso podemos prescindir de los soñadores, pero no de los sueños.
El escritor uruguayo Rafael Barreti sostiene que desprenderse de una realidad no es nada, que lo heroico es desprenderse de un sueño. Si los sueños fueran meros proyectos o esperanzas sin opciones de transformar la realidad, no costaría tanto desprenderse de ellos, renunciar a su presencia en nuestras vidas. Es más bien al contrario, necesitamos de los sueños para proyectar nuestros desafíos, conviene soñar, y apoyarnos en nuestros anhelos, para reforzar nuestra historia repleta de altibajos. Debemos, pues, tener sueños y, todavía más, pelear por alcanzarlos.
En realidad, no hay futuro si no lo soñamos antes, sobre todo cuando el azar trastoca fatalmente nuestros planes. «Yo tengo un sueño» (I have a dream) es el nombre con el que se conoce popularmente el célebre discurso de Martin Luther King, pronunciado el 28 de agosto de 1963, cuando verbalizó su sueño en un futuro de concordia y en igualdad entre negros y blancos. «Soñé un sueño» (I dreamed a dream) es la maravillosa canción que glorifica el musical Los Miserables.

  • En la «Seducción de las palabras» (La posada de los secretos, Balnea 2012)